Biopolitica

En las primeras páginas de su ensayo El siglo de la biotecnología, planteaba
Jeremy Rifkin que aún no somos plenamente conscientes de estar viviendo
en el inicio de una nueva era de la historia de la humanidad, marcada por
la aparición y desarrollo de lo que él denomina la algenia. En ella la ingeniería
genética habría empezado a transformar la relación del ser humano con la naturaleza
al tiempo que provocaría las más profundas modifi caciones jamás conocidas
en lo que se refi ere a la manera en que hemos de pensar lo que somos o, por decirlo
recurriendo a una fórmula análoga a la que antes empleábamos, las relaciones del ser
humano con su propia naturaleza, sea lo que fuere ésta última. El comentario con el
que hemos acabado la anterior frase no deja de venir al caso, pues, la nueva tecnología
biotecnológica revelaría la ductilidad insospechada de lo vivo, de tal forma que,
además de la naturaleza en términos generales, quedaría alterada ya para siempre la
imagen que el ser humano ha construido de sí mismo a lo largo de los siglos.
En la obra mencionada, a través del elocuente contraste que establece entre algenia
y alquimia, consigue Rifkin ponernos sobre la pista de la profundidad de las mutaciones
producidas, así como del hecho, hoy ya incontestable, de estar provocando
éstas, no sólo una revolución tecnocientífi ca, sino también fi losófi ca y cultural en el
más amplio sentido que puedan tener estas dos expresiones1. Lo que está en juego,
en efecto, es la propia defi nición de la vida y, con ella, la caracterización de las notas
que consideramos o no esenciales en la autorrepresentación de lo humano.
Por lo demás, es posible que, a primera vista, consideren algunos exagerado atribuir
esa expresión, siglo de la biotecnología, a nuestra época. Dirán estos, tal vez, que,
al lado de la biotecnología, existen otras puntas de lanza del desarrollo científi co y
tecnológico, a las que no se debería reconocer menor importancia que a aquella. Por
esa u otras razones, el calificativo les resultará inadecuado. Sin embargo, no les parecería,
pese a esas reservas iniciales, excesivo si llegaran a reparar en que el impacto social,
económico y político de la biotecnología ha de interpretarse como parte de unas
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estrategias de poder de mayor amplitud y sentido, a la que, siguiendo a
Michel Foucault, hemos de dar el nombre de biopolítica.
En cierta forma, aunque la acuñación del término sea muy anterior,
pues fue el sueco Rudolph Kjellen quien planteó su defi nición en 1905,
es indudable que las líneas actuales del debate biopolítico se establecen
a partir de los trabajos del fi lósofo francés2. En efecto, él ha sido el primero
en poner de relieve toda la amplitud de signifi cados del término
y el profundo relieve socio-político de los mismos. Se trata, en efecto,
de mucho más que un nuevo sector tecnológico o industrial, pues la
biopolítica, en el fondo, es deudora en lo esencial de estrategias de poder
que pretenden un control exhaustivo sobre la vida, que empiezan
ya a desplegarse en el origen de la sociedad moderna. Se orientan éstas
hacia la construcción y administración de la política sanitaria, el control
de la población, la gestión de la guerra, la efi caz regulación, en suma, de
todo cuanto tiene que ver con la vida.
Roberto Esposito ha mencionado la presencia de cierto défi cit en la
concepción foucaultiana de la biopolítica, que afectaría a la inadecuada
aclaración del vínculo existente entre biopolítica y modernidad. A su
juicio, “sólo si se la vincula conceptualmente con la dinámica inmunitaria
de protección negativa de la vida, la biopolítica revela su génesis
específicamente moderna”. La crítica no parece demasiado atinada,
toda vez que Foucault ha señalado de forma tanto explícita como implícita
la relación que mantienen las estrategias biopolíticas con formas
de organización y planteamientos de poder que no pueden desvincularse
de la modernidad. En todo caso, para Esposito en la modernidad el
presupuesto de la conservación de la vida deviene fundamental, anteponiéndose
a todos los demás que afectan a la defi nición de la identidad.
Para él, pese a todo, es necesario esperar hasta “el viraje totalitario de la
década de 1930, especialmente en su versión nazi” para que la vida sea
de forma inmediata e intrínseca traducible a política.
El planteamiento de Esposito viene a apuntar en una dirección seguida
por otros autores, según la cual, la biopolítica habría dado lugar a
una nueva interpretación del funcionamiento del poder, que alcanza su
cénit en los sistemas totalitarios aparecidos en el siglo XX, pero que no
por ello es ajena al funcionamiento real de los sistemas democráticos.
Sobre ello ha incidido también Agamben, señalando la tendencia que
existe en el poder político actual a crear situaciones y fi guras jurídicas
que propiciarían actuaciones diligentes y expeditivas, con el objetivo,
o al menos con la aparente justifi cación, de buscar mediante ellas un
Domingo Fernández Agis
Cuadernos del Ateneo 95
supuesto benefi cio para la vida. Claro está que este último concepto
puede referirse a una Nación, a un Estado, a un grupo étnico o cultural
determinado, a una especie en concreto, al medio ambiente, etc. No en
vano, como también ha puesto de relieve este autor, “todo sucede como
si, en nuestra cultura, la vida fuese aquello que no puede ser defi nido,
pero que, precisamente por ello, tiene que ser incesantemente articulado
y dividido".

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